sábado, 5 de febrero de 2011

Eduardo Manostijeras

Hoy he ido a la pelu. A una de esas academias donde prestas tu cabellera para que los profesionales perfeccionen su técnica. La hora era intempestiva, pasado ya el mediodía, cuando la gente con vidas normales prepara la comida o está ya comiendo. Así que estaban esperándome.

Ha sido entrar y un ricky martin jovencísimo se presta a retirarme el abrigo, me pone la ‘bata’ (ignoro el término en el argot peluqueril) y me ofrece asiento indicándome que va a proceder con un masaje. ¡Esto es nuevo! Así, sin más, que me toma por los hombros presionando fuerte pero lento, va subiendo por el cuello con un pellizco firme pero delicado, y sigue masajeando con la misma cadencia el cuero cabelludo hasta llegar a las sienes, donde sus dedos caracolean círculos y vuelta hacia atrás…

Y yo derrotada, con un escalofrío recorriéndome el espinazo y el vello erizado hasta la uña del dedo gordo. Marededeusenyor! ¿Deben tener ‘Técnicas de masaje capilar’ como asignatura en sus currículos? ¿Y las clases prácticas? ¿Y los exámenes? Yo me pido el título de examinadora oficial!

No quiero pensar si llego a entrar en una de esas peluquerías caras…

2 comentarios:

el paseante dijo...

Había oído hablar de las peluquerías con final feliz, pero no de esas con principio feliz.

commuter dijo...

Como mínimo hace más llevadero el tener que ir a arreglarte el pelo. O es una estrategia de marketing para ganar clientes.