'If you really want to touch someone, send them a letter'
Llegué una tarde a casa de mis padres y me sorprendió ver un sobre blanco en medio de la mesa. No podía ser un Christmas, no estábamos en Navidad, y no tenía pinta de factura o carta del banco…
Llamaba la atención la letra, grande, redonda, con hampas y jambas equilibradas, la escritura ordenada, proporcionada, los trazos limpios, las líneas horizontales, la distribución armoniosa en el espacio.
‘¿Quién os escribe una carta?’ pregunté. Carlota, me explicaron orgullosos y emocionados sus abuelos, mi sobrina de 9 años, que les preguntaba si tenían un ‘Quijote’ por casa porque lo necesitaba para una actividad en la escuela.
Era la primera carta que recibían de un nieto. Y caí en la cuenta que era la primera carta carta que yo veía en muchos años. De repente sentí nostalgia de aquella época no tan lejana pero relegada por completo en la que nos comunicábamos por carta. En la que abrir el buzón y encontrar una caligrafía familiar provocaba un vuelco en el corazón y la ansiedad por leer cuanto antes las noticias de aquél amigo. Y la espera de una respuesta, contando los días que podía tardar en llegar una carta de vuelta…
En este mundo de la inmediatez del twitter o del whatsapp, en el que hay que expresarse en 140 caracteres (¡y rápido!), o incluso del email, con su uniformidad de cuerpo y fuentes. En esta vorágine que no deja tiempo para la reflexión, escribir/recibir una carta hecha a fuego lento, cocida al calor de los sentimientos, escogiendo cada palabra y cada coma, es un bálsamo para el alma.
Quizás sería hora de reivindicar también lo slow en esto del escribir…